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El niño y los piratas

 

Cuando Anita, nuestra narradora, visitó Tarragona, una mujer le contó una vieja historia acaecida en el Siglo XVI, referente a un niño y su abuelo pastor.

La historia empieza en un momento en que el niño y el abuelo están resistiendo el ataque de una partida de piratas, que asedian una masía fortificada cercana a Tarragona.

El abuelo y el propietario de la hacienda están dispuestos a defender la puerta del edificio, armados con una espada y un arcabuz, mientras el niño arroja piedras a los asaltantes desde el matacán de la torre para impedir que la derriben.

Una larga noche de angustia. A lo lejos, un perro no cesa de ladrar.

Al amanecer, no bien el abuelo y el niño salgan al descubierto, encontrarán el cadáver de un mercader yaciendo junto a su carruaje, y a un enorme perro moloso que luchó sin fortuna para defender a su amo, pero consiguió ahuyentar a los piratas.

La víctima era, sin duda, un rico personaje, ya que portaba un cuantioso tesoro y su vehículo estaba tirado por dos magníficos caballos imperiales.

El abuelo se quedará a proteger al mercader y sus enseres; y encarga al niño que vaya a Tarragona a entregar el tesoro a las autoridades y dar la alarma.

Tremenda agitación se produjo en Tarragona al conocer el suceso.

Por aquellos tiempos, el gremio de esparteros y alpargateros había fundado la congregación de la Sanc Preciosa de Iesuchrist, una entidad piadosa cuya misión era recoger los cuerpos de los desdichados que morían en descampado y consolar a los presos condenados a muerte, acompañándolos al cadalso y evitándoles ser víctimas de la burla y el escarnio del populacho. Por dicha razón, algunos de los congregantes vestían el hábito de los verdugos.

Los congregantes salieron prestos a recoger al difunto con un carro que portaba una gran imagen de Jesucristo crucificado y otras provisiones necesarias. El niño corría y saltaba delante de ellos, apremiándolos para llegar lo antes posible al destino.